17 de septiembre de 2013

Que cosa mágica los bondis. Pónganse a pensar cuantas cosas pensamos arriba del colectivo, cuantas veces nos enamoramos por un par de paradas y sufrimos cuando se bajó sin siquiera cruzar miradas, cuantas escenas de película nos armamos cuando íbamos escuchando música y mirando por la ventana y ni hablar si el día está nublado–, cuantas canciones que nos pusieron melancólicos, cuantos mensajes recibimos que nos alegraron o arruinaron el día, cuantas veces nos acordamos de momentos cuando pasamos por determinado lugar, o cuantas decisiones importantes tomamos mientras nos movíamos sobre esas cuatro ruedas. Tantas veces llegamos de mal humor a casa porque el bondi tardó o porque venía hasta las manos, y tantas otras nos alegramos de que venga rápido y vacío. Un montón de insultos habrán pasado por nuestra mente cada vez que el chofer decidió no parar y llegábamos tarde a algún lado. Pero a fin de cuentas, es un espacio único, en el que algunos aprovechan para dormir esos minutitos de más que no pudieron cuando sonó la alarma, o esa siesta inexistente que la inventan mientras viajan. Es un espacio para pensar, sonreír, llorar, amar, odiar, reírse, hablar, dormir. Amo los bondis, me hacen feliz.

Uno setenta, por favor.

1 comentario: